Flashes (Après Reverdy) / Flashes (After Reverdy)
Café matutino
En el estante guardo una lata de café Illy. Adicción. El aroma es mezcla de tranquilidad en la mañana londinense, y los ojos se cierran satisfechos. Mejor que un beso. Se escucha un respirar agitado. La cafetera italiana toca música sacra. En el círculo de la soledad, las voces de la memoria. La taza a los labios, y el instante.
Rostros
Contra la imagen de la cámara digital, el ojo confundido. El abismo en un movimiento de la retina. Enfocar, juego de niños, es tarea difícil. Un rostro familiar se confunde con otro rostro de un caminante, y así otro, y otro, hasta que se pierden los números. Uno piensa en otra cosa, en ese otro alguien, y no aprieta el click. La historia de su vida. Siempre. Ella está allí — Todas las fotografías no tomadas quedan.
Magritte y su pipa
No hay nube espesa ni voz que suba al techo en el anillo de humo — santidad de la imagen. Lo que no es puede ser que sea y cuidado con los dedos. Otra vez el fósforo de cabeza burlona. Silencio. Y se extingue el tabaco, sigue el perfume, y el aire es cascada de sueños.
Músico
La sombra, el músico (tú), la inmensa puerta que divide el espacio. Nosotros. Es su nombre un tintinear de cristal. Concierto de esas melodías acariciantes, extrañas. Me siento en el quicio de la puerta de nadie, aquella del cuadro. El oído agudiza su escuchar. Le gana a mi vista. Allá una ventana y aquí otra. El cielo sobre mi cabeza. Mis pies en una alfombra. Algunas notas se confunden, después se extinguen.
Libro de libros
Papel blanco acabado de hacer. Lo tocas y te vuelves parte de su textura.
La montaña es un libro cuyos héroes son palabras heridas por el viento. Al pasar las páginas, caen siempre al abismo.
Pulo el relámpago sobre la piel. Aquí, a partir de un meticuloso hilvanar, nace un libro. Hay quienes se suben a él con un capítulo bajo cada brazo, otros llevan hasta cuatro.
Contra la pared la autora observa el mundo con ojos Reverdy. Lo sigue. Punto.
Mujer sentada
La alfombra roja frente a la chimenea es una trampa.
La mujer sigue los cambios de su cara en un cristal del ventanal. —¿Es la luz de la luna la que baña mi butaca o es el ala de un murciélago? Así empieza la conversación. Los cristales de la ventana dibujan líneas entrecortadas, corte indefinido de todo perfil. Después de hablar varias horas. Después de haber sentido cierta esperanza de regresar a un punto de partida, ella desaparece en las rajaduras del techo. Una mano es signo de un allí. Su cara se define. Todo vuelve a la normalidad. Estar tranquilo es trazo de tinta y plata.
Violín
La gaveta abierta, la puerta del armario abierta, las manos acostumbradas a tocar la madera — los ojos bien abiertos, siempre, un eco aún vibra en nuestros oídos. El violín silencioso, pero los pies, escondidos bajo la mesa, siguen un ritmo. Las fronteras se confunden, las notas dispersas, todos los nudos de la trama sueltos más allá de un oído absoluto, y el silencio total. ¿Acaso existe?
Tablero de Damas
La mirada curiosa queda detenida en una de las piezas blancas donde se posa una uña. Las piezas negras tienen a un contrincante atento al zumbido de una mosca. Estiro un brazo. Podría ganar la partida. Siento mareos. Murmullos sobre las dos figuras ahora atentas al próximo movimiento. Es verano. El ventilador del techo lanza sombras, y forma un claroscuro, pura fotografía que yo retrato.
Sopera antigua
La sopera es un enorme globo terrestre sobre la mesa del comedor. Es un globo rajado por el uso, pero aún tiene una tapa, ahora levantada, y así para todos.
Y la cabeza gira de un lado al otro de la mesa. ¿Cuántos somos?
En un largo camino frente a todos nosotros, enorme, del olor al hambre, el corazón misionero se hace aún más generoso.
En la televisión, la guerra. Afuera, los niños inmigrantes.
Fuente
Entro en la habitación, distingo la sombra de un pico en la pared. Cierro las tijeras y el techo entra en un vaso. Todo sucede así. Espacios de color indefinido. El sofá hundido, marca humana y manchas en círculos. El agua cae lentamente, transparencia de la fuente, poco a poco, claridad y sensación de limpieza total. El ruido inaudible de la ciudad.
Macetas de árboles enanos
Cortinajes murmurantes detrás de balcones a los que nadie sale.
Siluetas en el atardecer vueltas muchas durante la noche. Hombres, mujeres, hasta un gato en la luz de un autobús, de pronto, reflejados tras hojas pequeñas y compactas, cabezas de árboles en macetas enormes. No se siente ningún perfume. Las fachadas altas y blancas.
Máscaras
Detrás de la vitrina, en el museo, cuatro máscaras. El movimiento indiscreto de su mano hace que el cristal tiemble y las caras respondan afirmativamente a una pregunta lanzada al aire. Sólo una mujer a su lado. Breve estremecimiento del tiempo en ese ayer y este hoy. Afuera una lluvia ligera, y el mar multiplicado en imágenes y poemas contra una pared. Voz de W.B. Yeats. Nuevas voces entre el espejo y varias fotografías ya vistas, otras no. Vacío hacia dentro.
Botellas
Las botellas en ventanas y mesas, a distancia de la vista y de las manos. El jardín. Formas de esto y aquello, azul oscuro en cascada, y mientras, la luz del verano, allí en el pelo de una anciana. El corazón viaja más veloz que los ojos, detenidos en reflejos aquí y ahora. Varios caminos se unen y se bifurcan en pocas palabras.
No se necesitan más palabras para entender lo posible.
Reloj
En el aire sudoroso de las paredes una grata acidez como luz hacia el sueño.
Las paredes blancas erguidas. Una respiración lenta y la palabra no se oye. Un espejo con pliegues de dorados y azogue, y el viento que llega y ni siquiera encuentra su lugar. Ventanas satisfechas. Hay un corazón en el mundo donde el azar cambia su curso y se deshace y se engendra en manos sin destino. El mío se retrae.
Morning coffee
I keep a can of Illy coffee on the shelf. Addiction. Its aroma blends with the calm of the London morning, and satisfied eyes close. Better than a kiss. Agitated breathing. The Italian coffeemaker plays sacred music. Inside the circle of solitude are voices of memory. Cup to lips and the moment.
Faces
Against the camera’s digital image, the eye confused. The abyss in a flick of the retina. Focusing, a child’s play, is a difficult task. A familiar face merges with the face of a passerby, and again and again, until the numbers fade. One thinks of something else, in that other someone, and forgets to click. The story of her life. Always. She is there — The photos not taken remain.
Magritte and his pipe
There’s no dense cloud or voice rising to the ceiling in a smoke ring — sanctity of the image. What is not may possibly be and watch out for your fingers. Once again the match with a mocking tip. Silence. And the tobacco is extinguished, the aroma lingers, and the air is just a waterfall of dreams.
Musician
The shadow, the musician (you), the huge door that divides the space. Us. His name is a tinkle of crystal. Concert of those strange, caressing melodies. I sit on the threshold of nobody’s door, the one in the painting. My ear is quick to hear. Faster than my eye. A window there, another here. The sky above my head. My feet on a rug. Some notes melt together and then fade out.
Book of books
Freshly made white paper. Touch it and it becomes your other skin. The mountain is a book where heroes are words wounded by the wind. When the pages turn, they fall into the abyss.
I polish the lightning bolt against my skin. Here, through meticulous stitching, a book is born. There are those who climb it with a chapter under each arm, others carry four.
Against the wall, the writer sees the world through Reverdy eyes. She follows it. Period.
Seated woman
The red rug in front of the fireplace is a trap.
The woman follows her changing expression in a window pane. Is it moonlight bathing my armchair or is it a bat’s wing? This is how the conversation begins. The windowpanes draw halting lines, cuts that do not define any outline. After speaking for several hours. After having felt a certain hope of a return to a starting point, she disappears in the cracks of the ceiling. A hand is a sign of a there. Her features are defined. Everything returns to its normal state. To be calm is a stroke of ink and silver.
Violin
The drawer open, the wardrobe door open, hands used to touching wood — eyes wide open, always, an echo still vibrates in our ears. The violin silent, but the feet, hidden under the table, keep up a rhythm. Edges are blurred, notes scattered, all the snarls of the plot loose beyond an absolute ear. Total silence. Does it exist?
Chessboard
The curious gaze halts on one of the white pieces where a fingernail rests. The black pieces are alert to a fly’s buzz. I reach out an arm. I could win the game. I feel nauseous. Murmurs about the two figures now alert to the next move. It is summer. The ceiling fan casts shadows, and forms a chiaroscuro, pure photograph that I capture.
Antique soup tureen
The tureen is an enormous globe of earth on the dining room table. Scuffed by use, it still has a lid, tipped up now, to serve everyone.
My head turns from one side of the table to the other. How many are we?
On the long path ahead, enormous, from aroma to hunger, the missionary heart becomes even more generous.
On television, war. Outside, immigrant children.
Fountain
I enter the room. I see the shadow of a beak on the wall. I close the scissors and the ceiling slips into a glass. It all happens like this. Spaces of undefined color. The sofa sunk deep, human outline, circular spots. The water falls slowly, transparency of the fountain, little by little, clarity and a feeling of total cleansing. The city’s noise inaudible.
Dwarf trees in pots
Murmuring curtains behind balconies onto which no one steps.
Silhouettes at dusk multiply during the night. Men, women, even a cat in the bus headlights, suddenly, reflected behind small and compact leaves, treetops in enormous flowerpots. There is no fragrance. The façades tall and white.
Masks
In the museum’s showcase, four masks. The imprudent movement of his hand rattles the case and the faces nod affirmatively to a tossed out question. Only one woman beside him. A brief shivering of time in that yesterday and this today. Outside a light rain, and the sea multiplied in images and poems against a wall. The voice of W. B. Yeats. New voices between the mirror and several photographs some already seen, others not. Emptiness inside.
Bottles
The bottles in windows and tables, far from view and from hands. The garden. Forms of this and that, dark blue cascading, and meanwhile, the summer light, there on the old lady’s hair. The heart travels faster than eyes, distracted by reflections here and now.
No more words are needed to understand the possible.
Clock
In the humid air of the walls a welcome acidity like light toward sleep.
The upright white walls. Slow breathing and the word cannot be heard. A mirror with creases of gold and mercury, and the wind that blows in and can’t even find its place. Satisfied windows. There is a heart in the world where chance changes its course and fragments and breeds in hands without destiny. Mine withdraws.
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